martes, 30 de septiembre de 2008

ANTIGUO MADRID ZONA CENTRO

Tras la guerra civil, la instauración de la dictadura del general Franco marcó una nueva etapa en la evolución histórica de Madrid. Nueva etapa marcada por un punto de inflexión que podemos simbolizar emblemáticamente en una fecha y un acontecimiento, 1959 y la aprobación del Plan de Estabilización. En efecto, el período que media entre 1939 y 1959 estuvo caracterizado por la destrucción de la guerra, el aislamiento internacional y la autarquía, fueron años de racionamiento, escasez, pobreza y hambre, que sólo comenzaron a ser superados en los años cincuenta, cuando se inició la apertura al exterior de la mano de los acuerdos con los Estados Unidos en 1953. Madrid fue uno de los principales escenarios de la guerra civil. Desde el fracaso de la ofensiva nacionalista el 7 de noviembre de 1936 hasta el 28 de marzo de 1939 Madrid fue una ciudad sitiada. La destrucción de la ciudad fue muy importante por los bombardeos sistemáticos de la aviación y las baterias franquistas. Los años cuarenta estuvieron protagonizados por la reconstrucción, el estraperlo y el racionamiento. Fueron años en los que la vida de la ciudad estuvo marcada por el mercado negro estraperlista. En 1940 Madrid continuaba siendo una ciudad de servicios, el 67,8 por ciento de su población asalariada estaba empleada en el sector servicios frente al 30,5 por ciento de la industria y el 1,7 del sector agrícola.

El carácter marcadamente centralista de la dictadura llevó hasta sus límites el papel de Madrid como centro de la toma de decisiones políticas y económicas. Sin embargo, las dificultades del período autárquico no favorecieron el desarrollo y modernización del sector servicios madrileño. Un buen ejemplo de ello fue lo sucedido en el sector bancario, de las 59 oficinas bancarias de 1934 se pasó a 125 en 1950 y 236 en 1960, un moderado crecimiento que elevó en 25 largos años la ratio de 0,6 oficinas por cada 10.000 habitantes de 1934 a sólo 1,1 de 1960.

En esta época el centro financiero apenas modificó los límites del primer tercio del siglo XX, configurado por el triángulo Puerta del Sol-Cibeles-Neptuno, con la calle de Alcalá y la carrera de San Jerónimo como principales ejes vertebradores del sistema financiero, con su proyección hacia la Gran Vía. Trama urbana que hasta los años sesenta constituyó el centro neurálgico de la capital. Sede de la banca y las finanzas, de los principales organismos de la Administración, y espacio por excelencia del comercio de lujo, los primeros grandes almacenes y de los servicios complementarios -hoteles, restaurantes, salas de cine, teatros…-. Sólo en los años finales del período autárquico, ante la densidad de ocupación y el encarecimiento del suelo, la expansión del sector servicios comenzó a ser relevante hacia las áreas de Chamberí y el barrio de Salamanca.

Madrid Centro Y SUS BARRIOS

La segunda mitad del siglo XIX fue el escenario en el que la capital liberal fue conformándose en capital del capital español. La creación de la Bolsa en 1831 y la Ley de Sociedades de Crédito de 1855 fueron los dos antecedentes inmediatos de dicho proceso. Ley íntimamente asociada a las necesidades de financiación de la red ferroviaria y de los crónicos déficits de la Hacienda Pública. Nacieron así, con importante participación del capital extranjero, fundamentalmente francés, el Crédito Mobiliario Español, la Sociedad Mercantil e Industrial y la Sociedad Comercial de Crédito. Primeros pasos en la constitución de un sistema financiero y bancario moderno, que se insertó en la economía de la capital. Sistema financiero que creció en años posteriores con la fundación del Banco Hipotecario o del Banco de Castilla, durante el Sexenio Democrático. En este proceso desempeñaron un papel protagonista los capitales de origen antillano. En 1844 el santanderino Juan Manuel de Manzanedo, comerciante en La Habana se instaló en Madrid con un capital de 50 millones de reales, posteriormente fue ennoblecido con los títulos de marqués de Manzanedo y duque de Santoña. En las mismas fechas el recién ennoblecido conde de Bagaes, propietario de un ingenio azucarero, fundó la Banca Pastor.

Estos antecedentes prefiguraron la transición de la capital liberal a la capital del capital español que sentó las bases de un moderno sistema financiero con epicentro en Madrid en el tránsito del siglo XIX al siglo XX. Fue el momento de constitución de una auténtica banca nacional, intermediaria financiera principal del sistema económico español. Dos fechas marcaron este proceso, 1898 con la pérdida de las últimas colonias y la consecuente repatriación de los capitales de ultramar, y 1914 con la acumulación de capitales propiciada por las favorables circunstancias económicas abiertas por estallido de la primera guerra mundial. La Ley de Ordenación Bancaria de 1921 favoreció la consolidación del sistema financiero español al dificultar las actividades de la banca extranjera. Madrid fue la ciudad que más se benefició de la nacionalización bancaria. En 1922 existían en la capital 17 bancos, once de ellos constituidos después de 1915, entre los que se encontraban los mayores del país, aparte del Banco de España, destacaban el Hispano Americano, el Central, el Banesto, el Urquijo y el Hipotecario. En Madrid se concentraba en 1992 alrededor del 40 por ciento de los recursos de la banca nacional, 315,7 millones de pesetas sobre un capital desembolsado total de 771,8 millones. Igualmente, del 40 al 50 por ciento de las sociedades anónimas constituidas entre 1900 y 1930 tenían su sede en Madrid. Sistema financiero que trascendía los límites de la capital para extenderse a lo largo y ancho de España, a través de un sistema de sucursales que aseguran la vinculación entre la capital de los servicios y los principales centros económicos del país.

Madrid Central

A la altura de 1830 resultaba palpable que la solución de los problemas patrimoniales para la nobleza terrateniente residía en un cambio global de las relaciones económicas, sociales y políticas. La nobleza de cuna se alistó mayoritariamente en el bando isabelino, llevada de un liberalismo posibilista que se alejaba de su mayor identificación social e ideológica con los postulados del carlismo. La nobleza madrileña se hizó liberal con limitaciones, adscribiéndose al partido del moderantismo. El fin de los mayorazgos y la conversión de sus propiedades y de los discutibles derechos jurisdiccionales en propiedad plena según los criterios de la nueva economía de mercado posibilitó la movilidad y reordenación de sus inmensos patrimonios. La política de saneamiento patrimonial permitió a la nobleza de cuna emerger en el decenio de los setenta como uno de los grupos de mayor pujanza económica de la España de la Restauración, aunque no desde posiciones dominantes. Este proceso de saneamiento benefició a otros sectores de las elites económicas madrileñas, sobre todo a aquellos que habían sido antes sus prestamistas convertidos ahora en compradores de sus fincas. Se produjó un intenso trasvase de propiedad desde la nobleza de cuna hacia la emergente burguesía de los negocios madrileña, que superó los 600 millones de reales.

Surgió así, complementado por el proceso desamortizador, una burguesía madrileña terrateniente, ennoblecida y articulada social y políticamente con la vieja nobleza de cuna, dos grupos sociales que fueron pilares básicos en la cristalización de la clase dirigente de la Restauración. Este proceso de saneamiento patrimonial de la nobleza de cuna redujó considerablemente su peso sobre la economía de la ciudad. La reducción de las cohortes de sirvientes, la gestión empresarial de las rentas agrícolas, las nuevas estrategias inversoras, el abandono de los grandes palacios nobiliarios del siglo XVIII… redujeron el papel de la aristocracia como proveedora y demandante de servicios. Su tren de vida no disminuyó, simplemente se ajustó a los nuevos parámetros de la sociedad del siglo XIX. Conservó sus estatus social y su poder y prestigio simbólico, pero redujó su peso o cambio el sentido de su participación en la economía de la ciudad.

VISTAS DE MADRID DESDE EL Centro

Desde 1561 Madrid se configuró como el principal centro proveedor de servicios de la Península. Rasgo definitorio de la evolución económica y social desde entonces de la historia de Madrid. Las complejas interacciones entre la Corte y la ciudad se manifestaron desde un principio. La capital imperial fijó en la villa el aparato político, burocrático y cortesano del imperio hispánico. La Corte transformó la ciudad en el principal centro de servicios políticos y burocráticos. La instalación de los cargos cortesanos alteró radicalmente la economía y la fisionomía de la villa. El aparato burocrático de la monarquía y la irresistible atracción ejercida por la Corte sobre la nobleza, como centro del poder político y social en función de la proximidad al monarca, responsable último del reparto de cargos y prebendas, condujó hacia Madrid a la aristocracia. La Corte determinó la configuración y desarrollo histórico del entramado social y económico de la ciudad. La economía de la ciudad basculó de forma definitiva hacia la provisión de servicios a la sociedad cortesana. Empleados al servicio de la monarquía, la nobleza y el clero junto con el artesanado y el comercio caracterizaron el perfil socioprofesional de la población madrileña. Otro tanto sucedió con la economía de la ciudad, una economía volcada hacia el sector servicios característico de las capitales cortesanas preindustriales. La comparación de Madrid y Barcelona al final del Antiguo Régimen es reveladora de esta realidad. En 1787 el empleo público y el componente hidalgo absorbían el 28,3 por ciento de la población activa madrileña, mientras que sólo alcanzaba al 3,39 por ciento en Barcelona. Por el contrario, artesanos-fabricantes y jornaleros representaban el 46,8 por ciento en Barcelona frente al 31,7 por ciento de Madrid. Unos datos que conviene matizar dadas las diferentes realidades económico-sociales que se esconden tras dicha clasificación. En Barcelona, la denominación artesano-fabricante encubría el primer despegue manufacturero catalán, mientras en Madrid predominaba el artesanado tradicional, muy lejano todavía del moderno mundo industrial, que enfocaba su producción hacia la demanda de la elite madrileña, en su doble vertiente cortesana y capitalina.

Madrid Centro


Cuando en 1561 Felipe II decidió trasladar la Corte a Madrid quedó marcado el destino de lo que hasta entonces había sido un reducido núcleo urbano de limitadas funciones. A partir de aquel momento la pequeña villa medieval fue creciendo en consonancia con su papel político, hasta llegar a ser la primera ciudad de la monarquía de los Habsburgo por su número de habitantes a mediados del siglo XVII. Madrid se convirtió por una decisión real en la capital del mayor imperio de la época. Fue el fenómeno de la capitalidad el factor que desde entonces determinó la trayectoria histórica de Madrid. Un fenómeno ajeno a la propia dinámica de la villa fijó las pautas de su devenir histórico. Desde entonces y hasta bien entrado el siglo XIX, cuando se afirmó la sociedad liberal, Madrid quedó marcado por una dualidad que se proyectó a la largo de los siglos, la dualidad Corte-ciudad. Una realidad dual con múltiples interacciones entre los dos niveles constitutivos del espacio urbano y social de la ciudad. La capitalidad significó la desarticulación de la red urbana tradicional vigente en el siglo XVI, que con centro en Toledo había organizado los intercambios y las funciones económicas en una ajustada pirámide justificada por variables de tipo económico e histórico, fundamentadas en la primacía religiosa y política de Toledo desde la Edad Media. Lacapital imperial articuló su dinámica interna y su proyección sobre su hinterland regional en función de la estrategia de conservación de la estructura imperial, por lo que una parte considerable de la renta canalizada hasta Madrid se proyectaba posteriormente hacia la realización de este objetivo.