martes, 30 de septiembre de 2008

Madrid Central

A la altura de 1830 resultaba palpable que la solución de los problemas patrimoniales para la nobleza terrateniente residía en un cambio global de las relaciones económicas, sociales y políticas. La nobleza de cuna se alistó mayoritariamente en el bando isabelino, llevada de un liberalismo posibilista que se alejaba de su mayor identificación social e ideológica con los postulados del carlismo. La nobleza madrileña se hizó liberal con limitaciones, adscribiéndose al partido del moderantismo. El fin de los mayorazgos y la conversión de sus propiedades y de los discutibles derechos jurisdiccionales en propiedad plena según los criterios de la nueva economía de mercado posibilitó la movilidad y reordenación de sus inmensos patrimonios. La política de saneamiento patrimonial permitió a la nobleza de cuna emerger en el decenio de los setenta como uno de los grupos de mayor pujanza económica de la España de la Restauración, aunque no desde posiciones dominantes. Este proceso de saneamiento benefició a otros sectores de las elites económicas madrileñas, sobre todo a aquellos que habían sido antes sus prestamistas convertidos ahora en compradores de sus fincas. Se produjó un intenso trasvase de propiedad desde la nobleza de cuna hacia la emergente burguesía de los negocios madrileña, que superó los 600 millones de reales.

Surgió así, complementado por el proceso desamortizador, una burguesía madrileña terrateniente, ennoblecida y articulada social y políticamente con la vieja nobleza de cuna, dos grupos sociales que fueron pilares básicos en la cristalización de la clase dirigente de la Restauración. Este proceso de saneamiento patrimonial de la nobleza de cuna redujó considerablemente su peso sobre la economía de la ciudad. La reducción de las cohortes de sirvientes, la gestión empresarial de las rentas agrícolas, las nuevas estrategias inversoras, el abandono de los grandes palacios nobiliarios del siglo XVIII… redujeron el papel de la aristocracia como proveedora y demandante de servicios. Su tren de vida no disminuyó, simplemente se ajustó a los nuevos parámetros de la sociedad del siglo XIX. Conservó sus estatus social y su poder y prestigio simbólico, pero redujó su peso o cambio el sentido de su participación en la economía de la ciudad.

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